El próximo domingo se celebra la ceremonia de entrega de los Oscar. Habría muchas aproximaciones posibles que permitirían diversos debates: si los miembros de la Academia de Hollywood son muy conservadores y siempre premian películas sin excesivos valores cinematográficos y que hayan sido éxitos de taquilla (y resulta que en los últimos años buena parte de las nominaciones y los premios se los llevan producciones independientes y que no han roto, precisamente, récords de recaudación); si siempre ganan los mismos estudios gracias a sus recursos (más o menos lícitos) para convencer a los votantes (y resulta que éstos son multitud, de diferente procedencia y cada vez menos identificados con la “vieja guardia” de los estudios); etc…
Prefiero centrar el foco en la vieja dicotomía “calidad vs. comercialidad”. Ambos conceptos son respetables. El cine es arte, un potente elemento cultural de cada país. Como tal, debe aspirar a las máximas cotas posibles de calidad. Pero también es un producto de ocio, hecho para ser consumido por espectadores que pagan la entrada con dinero de su bolsillo, lo cual requiere una industria que haga posible poner ese producto en el mercado.
¿Son conceptos contrapuestos, incompatibles entre sí? En absoluto. El ideal de cualquier película sería obtener el reconocimiento de los miembros de su industria (los “entendidos”, los “líderes de opinión” del colectivo), de la crítica especializada y del público. Calidad y comercialidad.
No intentemos establecer los límites a partir de los cuales se entiende que una película es de calidad o suficientemente comercial. Más o menos, la mayoría de los que nos movemos en éste entorno cinematográfico, sabemos de qué hablamos.
Que calidad y comercialidad no van siempre juntas es una realidad incontestable. Ahora bien, ¿justifica eso que haya que menospreciar a un tipo de películas en comparación con las otras?. Muy a menudo, parte de la crítica especializada y los “entendidos” insisten en denostar los éxitos de taquilla que ellos consideran de escasa calidad cinematográfica. Eso me parece muy injusto. Especialmente con los espectadores que eligen una u otra película en base a diferentes criterios de selección.
Destacar, potenciar, alabar un cierto tipo de cine es perfectamente legítimo, como lo es criticar el cine que no gusta. Lo es también exigir que haya diversidad de producto donde elegir.
Llegados a éste punto, el espectador es quien decide. Decide dónde y cómo informarse de las películas en cartel; decide cual le apetece más; decide dónde acudir y dónde gastarse el dinero. Es posible que esa elección no sea la que más se adecue a mis gustos personales. Pero es la que es y hay que respetarla.
Se argumentará que las películas de calidad, por lo general, disponen de menos recursos para darse a conocer entre el gran público. Cierto en muchos casos, pero cada vez más ese tipo de películas llegan de la mano de compañías potentes, a menudo multinacionales, que destinan fuertes sumas a la campaña de lanzamiento.
Incluso aceptando esa diferencia de posibilidades podríamos hacer una larga lista de títulos con grandes aspiraciones comerciales que han fracasado desde su estreno o que han perdido el favor del público en diez o quince días de estancia en cartel. No sería corta tampoco la lista de películas que se han consolidado con el boca a boca y han acabado convirtiéndose en éxitos comerciales multiplicando por mucho su cifra de estreno. El espectador tiene bastante que decir. Y lo dice yendo a unas y/o a otras.
Volviendo a los Oscar, el film que reciba el premio como Mejor Película, ¿será realmente la mejor de 2007? Para unos sí, para otros no. Es muy posible que no coincida con la elegida por los Globos de Oro o por los críticos de Nueva York, Boston o Chicago. ¿Habrá sido la más taquillera? Seguro que no, aunque el premio le servirá de empujón (o empujoncito) en su carrera comercial que nadie despreciará. Aunque sea un título de los considerados “de calidad”, “de autor”. De hecho, es muy probable que esté deseando recibir la estatuilla para convertirse, desde la misma noche del domingo, en una película “comercial”.
Pues eso: para gustos, los colores. Con toda la gama de matices incluida, que nada es totalmente blanco o absolutamente negro. Afortunadamente.
Prefiero centrar el foco en la vieja dicotomía “calidad vs. comercialidad”. Ambos conceptos son respetables. El cine es arte, un potente elemento cultural de cada país. Como tal, debe aspirar a las máximas cotas posibles de calidad. Pero también es un producto de ocio, hecho para ser consumido por espectadores que pagan la entrada con dinero de su bolsillo, lo cual requiere una industria que haga posible poner ese producto en el mercado.
¿Son conceptos contrapuestos, incompatibles entre sí? En absoluto. El ideal de cualquier película sería obtener el reconocimiento de los miembros de su industria (los “entendidos”, los “líderes de opinión” del colectivo), de la crítica especializada y del público. Calidad y comercialidad.
No intentemos establecer los límites a partir de los cuales se entiende que una película es de calidad o suficientemente comercial. Más o menos, la mayoría de los que nos movemos en éste entorno cinematográfico, sabemos de qué hablamos.
Que calidad y comercialidad no van siempre juntas es una realidad incontestable. Ahora bien, ¿justifica eso que haya que menospreciar a un tipo de películas en comparación con las otras?. Muy a menudo, parte de la crítica especializada y los “entendidos” insisten en denostar los éxitos de taquilla que ellos consideran de escasa calidad cinematográfica. Eso me parece muy injusto. Especialmente con los espectadores que eligen una u otra película en base a diferentes criterios de selección.
Destacar, potenciar, alabar un cierto tipo de cine es perfectamente legítimo, como lo es criticar el cine que no gusta. Lo es también exigir que haya diversidad de producto donde elegir.
Llegados a éste punto, el espectador es quien decide. Decide dónde y cómo informarse de las películas en cartel; decide cual le apetece más; decide dónde acudir y dónde gastarse el dinero. Es posible que esa elección no sea la que más se adecue a mis gustos personales. Pero es la que es y hay que respetarla.
Se argumentará que las películas de calidad, por lo general, disponen de menos recursos para darse a conocer entre el gran público. Cierto en muchos casos, pero cada vez más ese tipo de películas llegan de la mano de compañías potentes, a menudo multinacionales, que destinan fuertes sumas a la campaña de lanzamiento.
Incluso aceptando esa diferencia de posibilidades podríamos hacer una larga lista de títulos con grandes aspiraciones comerciales que han fracasado desde su estreno o que han perdido el favor del público en diez o quince días de estancia en cartel. No sería corta tampoco la lista de películas que se han consolidado con el boca a boca y han acabado convirtiéndose en éxitos comerciales multiplicando por mucho su cifra de estreno. El espectador tiene bastante que decir. Y lo dice yendo a unas y/o a otras.
Volviendo a los Oscar, el film que reciba el premio como Mejor Película, ¿será realmente la mejor de 2007? Para unos sí, para otros no. Es muy posible que no coincida con la elegida por los Globos de Oro o por los críticos de Nueva York, Boston o Chicago. ¿Habrá sido la más taquillera? Seguro que no, aunque el premio le servirá de empujón (o empujoncito) en su carrera comercial que nadie despreciará. Aunque sea un título de los considerados “de calidad”, “de autor”. De hecho, es muy probable que esté deseando recibir la estatuilla para convertirse, desde la misma noche del domingo, en una película “comercial”.
Pues eso: para gustos, los colores. Con toda la gama de matices incluida, que nada es totalmente blanco o absolutamente negro. Afortunadamente.
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