Ante éste panorama (el volumen de negocio en riesgo para los estudios es enorme) los exhibidores aparecen como una víctima colateral casi inevitable. De ahí que sea imprescindible pensar en cómo recompensarles si las medidas a aplicar afectan también a su modelo de negocio.
Parece a todas luces necesario que los gobiernos adopten medidas para regular la actividad en la red y para reducir los efectos perniciosos de las descargas ilegales. Francia, España, la Unión Europea, entre otros, están por esa labor con la permanente y contundente oposición de asociaciones de internautas y bloggers. Todas las posturas son respetables y a todas hay que escuchar para aprender y extraer conclusiones positivas. Pero a mi me cuesta muchísimo entender que haya que aceptar las descargas ilegales como parte del juego. Portales de descarga legal a precios asequibles, estrenos exclusivos y/o simultáneos en la red por decisión de productores y distribuidores (previo acuerdo con exhibidores si es el caso), de acuerdo. Pero medidas claras y urgentes en contra de quienes se aprovechan de internet para usos ilícitos, también.
La crisis en la industria del disco supuso el fin de las tiendas en las calles, el descenso brutal de las ventas de discos, la preponderancia de los conciertos en vivo y la aparición de portales para compras legales a través de la red. Todo ello ha supuesto una drástica reducción de la facturación del sector y una notabilísima reducción de las estructuras de las empresas discográficas.
De todo ésto han tenido que aprender los estudios cinematográficos. Empezando por pensar si el elevado (a veces casi prohibitivo) precio de los discos fue el origen de todo lo que vino después. Ciertos paralelismos ya se han producido: las tiendas (en su caso de discos, en el nuestro los videoclubs) se han hundido y con ellas las ventas del soporte físico (en su caso los CD's, en el nuestro los DVD's). Los recortes en las estructuras también han llegado: primero reduciendo a la mínima expresión las divisiones de vídeo y actualmente integrándolas en muchos casos a las de cine. El objetivo sería salvar éstas de la quema.
Volviendo a las soluciones que apunta Goldstein (estrenos en muchos casos simultáneos en cine y VOD con tarifas elevadas para los consumidores domésticos) son un aviso para navegantes que convendría valorar en su justa medida. No es un broma. Es un globo sonda que da una idea de por dónde pueden ir los intereses de los estudios (o de algunos de ellos).
Los grandes distribuidores han marcado siempre el ritmo de por dónde debía moverse el mercado. Cuando quisieron recuperar con rapidez sus grandes inversiones en lanzamiento decidieron que el público debía tener la película a su alcance desde el primer día de estreno. Así se acabó con la exclusividad de los propietarios de grandes salas en las grandes ciudades y se pasó a estrenar en multitud de poblaciones a la vez. Resultado, mucha mayor facturación para las distribuidoras (más espectadores, a mayor porcentaje por concentrarse en las primeras semanas y recogida mucho más rápida). La consecuencia lógica fue la invasión de las multisalas. Todos (los cines) querían tenerlas todas (las películas) el mismo día. Sólo eso garantizaba no perder clientes. Daba igual el precio. Las distribuidoras, encantadas.
Luego vino el momento en que muchos de esos cines perdieron fuerza (excesiva y descontrolada proliferación muchas veces mal calculada) y se produjeron uniones, absorciones, compras (y algún que otro cierre) que dieron como resultado circuitos que eran casi imprescindibles para garantizar el éxito de un estreno comercial. Ahí se ha producido un punto de inflexión y ciertos exhibidores han podido empezar a pedir (exigir) un mejor trato en el precio por parte de las distribuidoras (no se veía algo así desde aquellos años en que no había estrenos simultáneos y los cines de las grandes ciudades podían negociar las condiciones de contratación desde una posición de más fuerza).
Ahí estamos en éstos momentos. Con las grandes distribuidoras aceptando rebajar sus ingresos. Será porque entienden que la cuerda se había tensado demasiado, será porque necesitan la complicidad con los exhibidores (especialmente con los grandes circuitos, aquellos donde se concentra la mayor parte del negocio) ante los elevados costes de la digitalización que tanto parece interesarles (de no ser así, a santo de qué habrían pertreñado eso de las terceras partes y los acuerdos de Copia Virtual o VPF) o será porque les necesitan tranquilos ante un nuevo escenario en la distribución de contenidos el cual podría haberse empezado a dibujar con ALICIA.
Lo cierto es que en un mercado como el de España las condiciones para abordar soluciones conjuntas parecen ser hoy mucho más apropiadas que apenas una década atrás. La época en que las relaciones entre distribuidores y exhibidores venían marcadas por reproches y enfrentamientos constantes parece cada vez más lejana. La llegada de profesionales con mayor amplitud de miras y espíritu dialogante a ambos lados de la mesa debe permitir aunar esfuerzos para mejorar resultados y salvar el mercado. Al menos el cinematográfico o lo que quede de él.
No es bueno ponerse a hacer de adivino. Pero a pesar de las negras predicciones que con frecuencia se ciernen sobre el sector, yo creo que quedan años por delante antes de certificar la defunción de las salas y los estrenos. Es más que probable que tengamos que asistir a una reducción significativa del número de salas. Hoy por hoy son casi 4.000 las que tiene actividad en España. Quizás tuvieran que desaparecer un millar de las mismas, la mayoría de las cuales no deberían ser necesariamente las de pantalla única en zonas rurales (aquellas que precisarán de una u otra forma la ayuda pública para acometer la digitalización) sino parte de las nacidas como consecuencia del crecimiento irracional y descontrolado de finales de los noventa. Una reducción de salas que debería ir acompañada, inexcusablemente, de un significativo descenso en el número de títulos estrenado cada año.
Hemos visto cómo en los últimos 15 años se ha llegado en España a un techo de 147 millones de espectadores (año 2001) y a un suelo de 108 (año 2008). Es posible que haya que pensar en un mercado de 100 millones de entradas. Como veremos, un pastel, aún así, nada despreciable.
El precio medio en la actualidad estaría alrededor de 6€ para salas de exhibición tradicional y se situaría en algo más de 8€ para salas equipadas con 3D. Imaginemos un escenario próximo en que el 70% de los espectadores (70 millones de entradas) consumiesen películas en 2D (en un mercado ya digitalizado) a un precio medio de 7€ y el 30% restante (30 millones de espectadores de 3D) lo hiciese a un precio medio de 10€. El resultado sería una taquilla global de 790 millones de euros (el 38% de los cuales provendría del 3D), lo que supondría un crecimiento del 17% respecto a la taquilla total actual. Estas cifras, con un parque de 3.000 salas, implicarían un promedio de unos 260.000€ y 30.000 espectadores por pantalla frente a los 170.000€ y 27.500 espectadores de la actualidad. Cualquier escenario con más peso del resultado final del 3D o con precios medios más elevados incrementaría los promedios presentados. Estaríamos, en cualquier caso, ante un mercado con una dimensión y unos números mucho más racionales.
Encaramos, por tanto, un futuro incierto. Distribuidores y exhibidores tendrán que hablar y negociar más que nunca. Con intereses diversos pero con algún objetivo común absolutamente trascendental. Tendrán, unos y otros, que acometer cambios en sus estructuras. Las distribuidoras de los grandes estudios apostarán por menos personal en las estructuras en los territorios, fusionando divisiones (cine y DVD fundamentalmente) y dando más peso a los equipos de marketing frente a los de ventas (aunque a muchos les cueste aceptarlo ésta es la realidad del momento). Quizás veamos también personal más gestor y menos ejecutivo en los puestos de máxima responsabilidad en los territorios, con menos capacidad de decisión local frente a las directrices de las oficinas regionales.
Veremos nuevas operaciones de venta en la exhibición. Grandes circuitos cambiando de propietarios, en su conjunto o por partes, pasando a ser gestionados por grupos con intereses empresariales que vayan más allá de la específica exhibición cinematográfica. La proyección de contenidos alternativos (aprovechando las grandes ventajas de la digitalización y el 3D) puede pasar a ser prioritaria en algunos casos. Y podemos ver grandes acuerdos de exclusividad entre los estudios y determinadas cadenas de exhibición para ciertos estrenos a cambio de una mayor participación de los circuitos en los beneficios que la película pueda generar en canales diferentes al theatrical como el VOD o el merchandising.
Habrá quien considere éste proceso un peligro, el dramático fin de muchas cosas tal y como las hemos entendido en las últimas décadas. Algunas cartas están ya boca arriba. Toca jugar. Y para eso toca pensar, toca arriesgar y tocará decidir. Yo lo veo como un reto en el que aquellos que participen deberán agudizar el ingenio y su capacidad de raciocinio. ¿No os parece sencillamente apasionante?
1 comentario:
Excelente artículo y me alegro que hayas vuelto a actualizar.
Sigue así!
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